La ‘Sociología del Rave’ es con toda seguridad el más amplio de todos los campos de exploración para llegar a comprender la indefensión humana ante los mecanismos que hay detrás de la que seguramente sea la mayor de todas las paradojas que determinan la experiencia del ser humano como criatura altruista y gregaria a la vez que egoísta y separatista. Se trata de dos entidades ‘transáuricas’, a las que nos referimos como ‘Penta’ y ‘WA’, que regulan y definen las dinámicas grupales, porque operan como ‘mecanismos de control’ para el desarrollo y la implementación de una conciencia colectiva en todos los miembros de nuestra especie. Le llamamos ‘Penta’ al mecanismo áurico que controla las dinámicas de la interacción en el grupo pequeño ( de 3 a 6 personas), y le llamamos ‘WA’ al mecanismo áurico que controla las dinámicas de la interacción en el grupo grande (9 o más personas).
Aunque ninguno de los dos es algo tan tangible como la singularidad del aura individual de cada ser humano, ‘Penta’ y ‘WA’ no son términos subjetivos. Su ‘presencia’ y la fuerza de arrastre de sus dinámicas grupales se hacen perceptibles, condicionando el nivel de expresión de nuestro ser individual al ‘mínimo denominador común’ de las generalizaciones, desde el momento en que 3 o más personas se reúnen en un mismo entorno áurico. Ese ‘mínimo denominador común’ es la base sobre la que se crea nuestra identidad colectiva, a la que nos referimos cada vez que nos expresemos en el nombre de algún ‘Nosotros’. Esa identidad plural a la que nos referimos cada vez que decimos ‘Nosotros’ no nace de ti o de mí, sino que emerge ‘automáticamente’ siempre que algún tercero, no importa de quién se trate, hace acto de presencia en el aura compartida. En el momento en que nos reunimos en grupo, la conciencia humana deja estar determinada por la unicidad de cada espíritu individual, y pasa a estarlo por sus ideales (virtudes) o por su materialismo (léase egoísmo, como sinónimo de pecado), ya que la orientación evolutiva de cualquier experiencia grupal tiene siempre una base de orden material, y la dirección de su movimiento viene condicionada por la necesidad de manifestar los recursos necesarios para sostener el salto a la generación siguiente.
Nadie tiene elección al respecto, porque es algo que comienza en el momento mismo del nacimiento, cuando entramos a formar parte del primer grupo humano cuyas dinámicas marcarán nuestro espíritu para siempre; nuestra propia familia. No es por tanto una condición que se pueda ‘superar’, sino más bien algo con lo que uno tiene que aprender a convivir a medida que toma conciencia del impacto que estas entidades ‘transáuricas’ tienen sobre todos nosotros, sin dejar de potenciar lo mejor que cada uno sepa el desarrollo de la propia conciencia individual. Sólo la realización de tu propósito individual, basada en el ejercicios de tu propia autoridad interna, te puede llevar a trascender la fuerza limitante de la conciencia homogénea con la que el programa evolutivo mantiene el espíritu humano aferrado a las mismas supersticiones y miedos irracionales del pasado
