Distinto a lo que cualquiera pensaría, el llamado ‘Camino Místico’ no es una ruta que podamos encontrar en algún lugar misterioso donde alguien dotado de dones especiales nos inicia, a través de alguna suerte de ritos, a quién sabe qué atributos sobrenaturales que supuestamente elevan la categoría espiritual de todos los aspirantes. Nada más lejos del cliché de esa o de tantas otras imágenes pseudoespirituales que persisten en separar lo sagrado de lo profano, lo sublime de lo mundano, lo mágico de lo cotidiano.
En Diseño Humano, lo único sagrado es la vida, y la vida se manifiesta a través del cuerpo. Sin cuerpo, la vida humana carece de vehículo a través del cual reproducir los patrones bioquímicos y genéticos que originan la formidable experiencia sensorial que nos otorgan nuestros sentidos. La llamada mente ‘racional’ es una simple función cognitiva que, al ser programable, carece de verdadera ‘entidad’. Su conciencia lineal e hipotética se proyecta como una sombra que nos aleja de lo elemental, y nos separa de todo aquello que conforma nuestra circunstancia más inmediata; el momento presente. El mecanismo natural que programa la mente humana durante su más tierna infancia son las emociones, y el impacto de esta programación es algo que la inmensa mayoría de seres humanos arrastra consigo como una condena existencial durante el resto de sus vidas. El motivo que hace de esta norma algo prácticamente inevitable es que las emociones, tal y como las hemos conocido durante la mayor parte de nuestra historia y hasta ahora, vienen determinadas por las experiencias familiares y sociales que configuraron nuestro entendimiento del binario placer/dolor en el chasis mamífero de nuestra personalidad condicionada.
Desafortunadamente, son todavía muy pocos los seres humanos que tienen una percepción propia y diferenciada de la llamada inteligencia emocional, y aún aquellos que han podido verse beneficiados por ella debido a factores ambientales y socioeconómicos la perciben como un componente humano que conlleva un valor de marcado carácter social. Es decir, que usamos las emociones para identificar a las personas con las que nos sentimos vinculados y que podrían impactar positiva o negativamente sobre el binario de nuestro placer/dolor, como si el placer y el dolor fueran algo indisoluble de nuestra vida social y de nuestra manera de encajar con el grupo humano del cual formamos parte.
Hay, sin embargo, una manera de sentir las emociones que no tiene nada que ver con nuestra vida social ni grupal, sino con el simple hecho de estar vivo y de ser conscientes de ser mortales hasta que la vida deje de sostenernos. En un cierto sentido, todo el misticismo conocido por los seres humanos está inspirado en la idea de la muerte como símbolo de trascendencia y de resurrección, como se ve reflejado en el ideario de todas las religiones que han servido de base a la construcción de las civilizaciones más avanzadas.
Como no sabemos adorar la vida, los seres humanos hemos adorado desde siempre la muerte, y como metáfora de la muerte el sufrimiento como medida de trascendencia. No cabe duda de que se trata de un chiste cósmico hecho a la medida de nuestra vanidad, y es también la triste consecuencia de nacer para ser programado por el entorno y vivir separado de uno mismo por el miedo irracional al misterio, por el miedo a no saber, cuando en realidad solamente al llegar a este punto en el desarrollo de nuestra conciencia individual comienza el verdadero viaje que nos orienta permanentemente hacia nosotros mismos. Porque no es otra cosa el ‘Camino Místico’, sino el reconocimiento de que dondequiera que vayas y dondequiera que mires no verás nunca nada que no sea también tu propio reflejo, que es la esencia del pasajero que encarnas y que percibe la vida a través de todos tus sentidos.
El alineamiento paulatino entre la conciencia y la forma individuales como consecuencia de aplicar la combinación de la estrategia y la autoridad interna meten en suspense el piloto automático con el que la mente ignora los mensajes del cuerpo, y hace que aflore en la personalidad una percepción consciente de la firma en cada uno de los cuatro tipos. La paz en el manifestador, la satisfacción en el generador, el éxito en el proyector y la sorpresa en el reflector abren la personalidad humana a una percepción clara y consciente de la relación existencial que hay entre la parte que somos y el Todo del cual nunca dejamos de formar parte.
Se trata de una forma de misticismo que no tiene nada de sobrenatural – de buen seguro que no tiene nada de sobrehumano – sino más bien de una percepción de estar físicamente entroncado con la existencia de la manera más orgánica y ordinaria en cada momento de la propia vida cotidiana. No se trata de ningún logro, ni tampoco de ninguna estatura moral, sino que se trata de la simple autorrealización a través de la presencia en la forma y el reconocimiento del espíritu que naturalmente emana de ella a través de la firma. Eso es todo, el resto son los detalles que nos diferencian en toda nuestra diversidad.
Es la primera vez en toda la historia de la humanidad que disponemos de una forma de misticismo que no está inspirado en el miedo a los fantasmas de la muerte, sino que nos inspira individualmente a vivir la vida anclados en nuestra propia percepción de lo que es mágico porque es natural.
En Diseño Humano, la experiencia mística tiene su propio circuito y su propia estructura mecánica, que se manifiesta fundamentalmente a través de un pequeño grupo de canales que son los que mayor resistencia oponen naturalmente ante cualquier forma de homogeneización. Esto no quiere decir que no tener definición en ninguno de ellos sea un obstáculo para poder sintonizar con nuestro propio misticismo individual, ya que todo el circuito del saber está ligado al proceso creativo y conlleva la percepción mística como potencial siempre latente.
En realidad, lo que más nos predispone hacia la experiencia mística no es tener una cierta configuración de canales, sino más bien disponer de una sensibilidad particular en el espíritu que determina nuestra manera de sentirnos más o menos integrados en el mundo que conocemos. Cada ser humano nace con una cierta predisposición, pero luego son los eventos que marcan su experiencia en la vida cotidiana los que determinan los tiempos en los que ese potencial místico aflora, tantas veces de manera traumática, tanto si es en forma de enfermedad como si se trata de cualquier otra forma de contrariedad.
Este es un curso que realizo por primera vez en 26 años de dedicación, y lo hago en parte rindiendo homenaje a mi querido maestro y amigo Ra Uru Hu, cuya genialidad me abrió las puertas a un entendimiento claro y conciso de los mecanismos que mueven la conciencia humana en todos los niveles posibles. Además de seguir la estructura del curso tal y como lo recibí de él, haré un repaso de todos los canales del grupo de circuitos individuales y del modo en que sirven de catalizador para la experiencia mística.