Si consideramos que la especie humana es solamente una especie más, y no el principio ni el fin de nada, y que como todas las demás especies nunca ha dejado de estar sometida a todo tipo de mutaciones que le permitieron adaptarse y mantener el ritmo de las fuerzas que impulsan el proceso evolutivo de la conciencia que se encarna en todas las formas vivas, entonces es preciso ir más allá del análisis de los tránsitos planetarios y el modo en que nos afectan a día de hoy. Es preciso comprender la evolución de nuestra especie en función de otro tipo de ciclos más globales, que nos den una perspectiva histórica de nuestra evolución que podamos fundamentar sobre datos y hechos objetivos. En este sentido, quienes tengan curiosidad pueden encontrar información más detallada a este respecto en el curso llamado ‘Los 64 Pasos Evolutivos’ de Ra Uru Hu, que podrán encontrar en nuestra tienda online.
Pero en el estricto contexto de lo que deseo explicar aquí, tengo que decir que cada 400 años aproximadamente tiene lugar lo que se llama un cambio de ‘Era’, y que desde 1610 el tema que marca el ciclo evolutivo global en que nos encontramos actualmente es el encarnado por la llamada ‘Cruz de la Planificación’. El ‘Canal de Comunidad’, que conlleva el diseño de ‘ser una parte en busca del todo’, está formado por dos puertas que son uno de los ejes de la llamada ‘Cruz de la Planificación’; las otras dos puertas de esta cruz pertenecen al ‘Circuito del Entendimiento’. Es decir, que es un canal que trata de controlar la planificación detallada del bienestar de la comunidad en el futuro a través de la identificación de todas las partes con el mismo todo.
Pues bien, ese cambio al que se alude llamándole la ‘Era de Acuario’, es el cambio que anuncia un cambio de Era que se producirá a partir del año 2027. En lenguaje del Diseño Humano, lo que comienza en 2027 es la llamada ‘Era del Fénix Durmiente’, que concluye la orientación evolutiva de la Cruz de la Planificación a la estamos acostumbrados desde siempre. Nosotros no hemos conocido otro mundo. Y cuando digo nosotros no me refiero a solamente a los que estamos aquí ahora, sino también a nuestros antepasados y los antepasados de nuestros antepasados. Desde 1610 son muchas las generaciones de humanos que han nacido en un mundo cuya base es la reciprocidad en el apoyo social, de la cual ha nacido el llamado estado del bienestar. Un mundo en el que los beneficios sociales se distribuyen con equidad, al menos en teoría, aunque bien es cierto que nunca hubo sociedades en las que hubiera tantos miembros con un nivel adquisitivo tan superior al de sus necesidades diarias; el lujo, vaya. La inmensa mayoría de ciudadanos españoles de hoy dispone de más lujos en su vida que cualquier rey de la Edad Media: duerme en mejores camas, camina con calzado mucho más cómodo, dispone de televisión digital y de vehículo propio. La costumbre no les permite apreciarlo, valorarlo, pero es así.
Los cambios sociales y el mundo de la tecnología van de la mano en este mundo: la parte que sabiéndose parte –que necesita que exista un todo al que pertenecer, como todas las demás partes– y que sirviendo al todo se beneficia hasta el punto de enriquecerse. En eso consiste el estado del bienestar; en el comercio global, en la globalización de la tecnología. Creemos que el mundo siempre haya sido así y que siempre será así, porque no hemos conocido otro, pero esta es una época que se está acabando. Dejaremos muy pronto de vivir en una época dominada por la sensibilidad tribal que nutre el apoyo social, comulgando en el espíritu del ‘todos para uno y uno para todos’, y pasaremos a vivir bajo la orientación evolutiva marcada por los temas del Fénix Durmiente.
Tres de las cuatro puertas de la ‘Cruz del Fénix Durmiente’ son de naturaleza individual. Algo así como: “Yo soy lo que soy, y como nunca podré ser tú, ¿para qué preocuparme por ti? Tú preocúpate por ti, yo me preocupo por mí y así nadie tiene nada de lo que lamentarse.” Se trata de una Era en la que cada uno vive para sí mismo. Ser «tu propia autoridad” en la vida, es saber depender de ti mismo, es saber cómo actuar en un mundo donde no hay necesariamente un gobierno que te pueda proteger, y que te garantice el acceso a la cobertura diaria de tus necesidades básicas. Además, no es lo mismo vivir en la selva antes de conocer el estado del bienestar, que regresar a ella después de haberlo conocido.
Ese mundo de lucha por la supervivencia es el que está por venir. No estoy hablando de un cataclismo que se produce de la noche a la mañana, pero sí de la necesidad de encontrar otros modelos de intercambio de apoyo, en los que la temática evolutiva de fondo no sea la codependencia, sino la potenciación de hacerlo todo en el nombre de “tu propia autoridad”; cada uno decide para sí. Esta transición no tiene por qué representar algo negativo, la evolución nunca lo es. Sólo es negativo cuando lo ves en el contexto de pérdida, porque te ves obligado a abandonar tu ‘zona de confort’, pero en realidad la base existencial de ese principio es lo mismo que decir “ámate a ti mismo”.
No depender de otros para tomar decisiones no significa no estar abierto a que puedan enriquecer tu experiencia personal en cada encuentro a medida que transitas el mundo. Pero no es lo mismo la alianza entre iguales que la amistad entre ‘dependientes’ e ‘independientes’, o entre ‘fuertes’ y débiles’. Lo de menos es la etiqueta que le queramos poner. No es lo mismo el respeto entre individuos únicos y distintos que la amistad de la tribu, que demasiadas veces es amistad por puro imperativo de la tradición social, y que tantas veces oculta el miedo a no saber estar a solas con uno mismo, con toda la dependencia psicológica que eso arrastra en nuestras relaciones sociales, igual que la teníamos de pequeños con nuestros padres.
Otros imperios cayeron antes, otras ‘grandes’ civilizaciones precedieron a la nuestra para luego desaparecer, ¿por qué asumir que somos el último mono de la evolución y que no pueden surgir seres más sofisticados que nosotros, con un cerebro tan grande que les abarque todo el cuerpo? Si eliminas la onda de energía emocional que se genera en el Plexo Solar de los seres humanos, todo el cuerpo pasa a ser pura inteligencia sensorial receptiva. Todo el cuerpo se convierte en un puro aspirador de los datos sensoriales y de la información que acompaña toda experiencia sin ninguna necesidad de focalizar nuestra mente estratégica sobre ella. Fenómenos perceptuales como lo que nosotros llamamos telepatía dejarían de parecernos algo extraordinario, porque la percepción holística que nos facilita el vehículo de nueve centros simplemente forma parte intrínseca de un proceso en el que nunca nos percibimos separados de la totalidad. No nos podemos imaginar lo que es, porque no es algo a lo que se llegue a través de la imaginación. Pero eso es lo que está por venir, aunque sus primeras manifestaciones parezcan más negativas que otra cosa. Un ejemplo de ello lo encontramos en las personas autistas, y en ciertas manifestaciones que se están produciendo en personas con capacidades cognitivas sorprendentes.
Toda evolución es una mutación del principio de la forma, no sólo la humana, y cualquier interpretación moralista que queramos hacer de ella no es nada más que eso, una interpretación innecesaria además de poco práctica. La simple experimentación con la estrategia de más del 90% de seres humanos – todos menos los manifestadores – conlleva la ralentización y el desarme interior de la mente estratégica, ya que invitan a la receptividad existencial desde una espera que es un estado activo de la conciencia individual y diferenciada.
En ese sentido, tu estrategia no es solamente un modo de alinearte adecuadamente con las cosas que conlleva vivir tu vida en el plano material, sino que es también una toma de conciencia de los grandes cambios de fondo que se están produciendo en la humanidad sin que la gran masa de la población humana se percate de ello excepto por lo que contribuye a aumentar sus cuotas habituales de sufrimiento. Los genes son crueles con los sueños humanos, y las leyes que gobiernan los principios de la evolución en la forma no están hechas para frenarse ante nuestras ilusiones. La ilusión no es un sueño que uno tenga que perseguir hasta cumplirse, sino un estado de alegría natural por el simple hecho de saber soñar despierto con el propósito que uno le reconoce a todo lo que ama. Entonces no te importará nada que la evolución siga, como lo ha hecho siempre, su propio curso.
Alokanand Díaz