Descripción
Visto desde la perspectiva del potencial para la conciencia diferenciada, el viaje humano no es menos desafiante después del Retorno de Saturno, sino que en algunos aspectos lo es más. Habiendo aprendido a restringir su autoexpresión para establecer el propósito de su cruz en el mundo material, la personalidad es ahora confrontada con los velos más profundos de la ilusión que distorsionan su percepción en modo que van más allá de su ámbito personal, por ejemplo el hecho de que el mundo al que uno se despierta cada mañana no parece contener los elementos que parecieran ser necesarios para encontrar realización en la vida que uno está viviendo. Ahora bien, obviamente no es que esos elementos no estén allí, sino que la personalidad homogeneizada simplemente es incapaz de verlos o de comprometerse con ellos en el modo correcto. Esto es debido a que, a pesar de la maduración de sus capacidades para la auto-restricción, ha aprendido a ver el mundo y las cosas que de él espera de la vida enraizado en una visión que no es original. Entre el primer Retorno de Saturno y la Oposición de Urano, la personalidad humana está “atrapada” en la percepción de una versión homogeneizada del mundo y del propósito de vida, tal y como lo encontró en la geometría en la que nació; un mundo que contiene todo lo que uno pudiera soñar, pero no tiene preparación alguna para la unicidad que cada uno de nosotros encarna.
Uno puede fácilmente hacer un chiste cósmico desde el aspecto particular de la condición humana, si no fuera por la dimensión trágica que revela acerca de nuestra existencia siempre inestable y frágil. La Oposición de Urano es el marcador que fuerza el potencial de la personalidad humana a atravesar una transformación profunda en el modo en el que se proyecta en interacción con las circunstancias materiales que ha creado para sí misma con las decisiones que se tomaron en la primera mitad de su vida. Esto no siempre resulta fácil, dado que a esta edad la personalidad humana promedio ha perdido la resiliencia que solía tener. La famosa “crisis de los cuarenta” es una manifestación homogeneizada del ciclo de maduración, y más que una catástrofe disparada por cambios involuntarios en la percepción de las fuerzas del entorno, esta podría ser una iluminadora oportunidad para que la personalidad reconozca que su destino a estado siempre “en sus propias manos”.
Lo que aparece frente a sí a partir de aquí es un mundo en el que no hay necesidad de cambiar nada y no hay otro propósito más que el de asegurarse de estar pisando y dejando la exacta huella individual que uno quiere dejar. El modo en el que la personalidad mira al futuro y al pasado es una ecuación que se transforma profundamente durante esta fase.